El 17 de marzo recibí una llamada
de Gustavo Petro. No es usual que llame. Casi nunca lo hace. Petro es una
persona bastante sigilosa y desconfiada. No es para menos, fue chuzado por el
DAS de Uribe y ahora por el Ejército de Duque. Por eso, sus cercanos siempre nos
comunicamos con él por escrito, a través de una de esas plataformas que,
creemos, aun no han sido descifradas por los chuzadores del gobierno. Cuando observé
que la pantalla del celular estaba alumbrando con su nombre sentí que algo no
andaba bien. Nunca llama. Entonces pensé: Si está llamando es porque pasó algo.
Tomé la llamada y al otro lado de la línea estaba él, con su misma voz
tranquila y pausada de siempre. Me contó que viajaba a Cuba con el fin de
someterse a un tratamiento porque le habían detectado un cáncer en
etapa temprana. Un frío recorrió mi cuerpo. Le pregunté si lo iba a hacer público y me respondió que estaba
esperando un segundo examen para confirmarlo. Lo lamenté sinceramente y me puse
a sus órdenes. Me dejó algunas indicaciones y me encomendó un par de misiones.
Tuve que esforzarme mucho para que no me notara afectado. Le deseé suerte y hasta
me ofrecí, en un mensaje de texto a acompañarlo pero me respondió “No, el virus lo va a impedir”. Luego escribió una frase muy corta que me rompió
el corazón: “Me da tristeza dejar a Colombia así”. Quienes amamos a Colombia
sabemos lo que esas cortas palabras encierran. Con un nudo en la garganta le
escribí textualmente “Aquí tiene un ejército defendiendo sus ideas, Tocayo.
Vaya tranquilo y por su bien, olvídese por unas semanas de esta podredumbre
para que se pueda sanar rápido”.
Creo en Petro cuando dice: Me da tristeza dejar a Colombia así. ¿Cómo no
creer en la sinceridad de las palabras de una persona que desde su adolescencia
empezó a luchar contra la opresión y a los 18 se echó al hombro la construcción
de un barrio para desposeídos en Zipaquirá, la ciudad que lo adoptó durante su
bachillerato?
¿Cómo dudar de sus palabras, si en medio de esa impotencia que muchos hemos
sentido ante las injusticias que suceden en este país, tomó la decisión,
equivocada o no, de ingresar a las filas del M-19 a sabiendas de que sus
posibilidades de sobrevivir eran mínimas?
¿Cómo poner en tela de juicio su amor por Colombia si, luego de ser capturado y torturado, decide seguir en la
lucha política durante 35 años a pesar de una cruenta persecución, tres
atentados contra su vida y una larga lista de calumnias, amenazas, denuncias penales, sanciones
y multas por proteger los intereses de los más débiles?
Pues yo le creo y sé que muchos de ustedes también. Gustavo ama a Colombia
y ese amor a su país y a su familia lo mantendrá vivo, en pie de lucha contra
su enfermedad y le permitirá sortear con éxito y enteresa su tratamiento. Pero
ante todo, porque Gustavo Petro es un guerrero. Se enfrentó casi solo, en un
comienzo, a un ejército de 30 mil paramilitares, liderado por sanguinarios narcotraficantes
y políticos corruptos y poderosos que por respeto con su dolencia hoy no vale
la pena mencionar. Se enfrentó a la horda de hampones, incluso a uno de su
propio partido de esa entonces, que robó más de 2 billones de pesos a Bogotá. Fue
el primero en alertar al país sobre los tentáculos corruptos de Odebrecht.
Nunca le ha temblado la mano para señalar, siempre con pruebas, a quienes se
enriquecen a costa del erario, a quienes matan a los líderes sociales, a
quienes fomentan la desigualdad social.
En el campo político sorprendió al país durante las pasadas elecciones con
un discurso estructurado, intelectual, moderno y premonitorio que cada día
cobra más vigencia. Nos alertó sobre los peligros del cambio climático, nos
enseñó a mirar hacia el agro y su actual improductividad, nos hizo reflexionar
sobre las energías limpias y la imperiosa necesidad de recobrar nuestra
productividad dejando atrás las energías fósiles. Nos advirtió sobre la debacle del sistema de salud por culpa de la ley 100 que promete derogar y ha luchado por las minorías
saqueadas y masacradas de este país. Desde que dejó su arma, ha hecho honor
al pacto firmado por Pizarro y nunca ha dejado de luchar por la paz grande,
como le llama él a un acuerdo que incluya a todos los actores armados bajo la
premisa de una reivindicación social a gran escala.
No es perfecto, aunque no sea oportuno decirlo, pero lo hago por ese
equilibrio que deben tener las cosas para no caer en la adulación. Lo que sí
tiene de sobra, y quizá forme parte de su perfecta imperfección, es una absoluta
carencia de cálculo político. Nunca mide las consecuencias de sus palabras.
Puede perder la presidencia por un tuit, incluso el cielo, pero no le importa.
Primero la coherencia, primero la autenticidad, primero la franqueza. Y eso es
lo que lo ha mantenido vigente por casi cuatro décadas y eso es lo que le
granjea las antipatías de los tibios, el odio de los sectarios de
ultraderecha, pero también las simpatías de millones de jóvenes que entienden
su irreverencia y su importaculismo a la hora de decirle al que sea, lo que sea,
cuando sea y donde sea.
Si durante varios periodos de su carrera se ha quedado solo, no es por
soberbia o por petulancia o porque sea un dictador como algunos dicen. Es
porque simplemente, Petro es un incomprendido. ¿Cómo no serlo, si por su
constante necesidad de aprender, su enfermiza manía de devorar libros de economía, su obsesión por prepararse, su visión global de las cosas y su intuición para adelantarse a los acontecimientos, vive varios años delante de algunos de
quienes lo rodean?
He vivido a su lado episodios felices, como sus triunfos en la consulta
interpartidista y su paso a segunda vuelta durante las elecciones de 2018. He
vivido a su lado momentos de angustia, como aquellos que pasamos en el interior
de una camioneta en Cúcuta mientras francotiradores le disparaban desde
edificios aledaños al Parque General Santander. Recuerdo que mantuvo tanto la
calma, que mientras hablaba, y ahí están los videos para constatarlo, los tiros
pegaban en el vidrio blindado y por no habernos inmutado, por haber mantenido la calma, requisito sine quanon para grandes timoneles, la gente pensó que se
trataba de un montaje.
También he vivido momentos tristes como el de aquella noche en el teatro
del Down Town Majestic, cuando a las 7 de la noche apareció con su familia y un
gesto melancólico para reconocer su derrota y el triunfo de Iván Duque. Hoy
cuando las evidencias nos muestran a través de la confesión de Aida Merlalo los audios del Ñeñe Hernández y miles de actas adulteradas que el triunfador
era él, siente en su alma que esas multitudes que lo acompañaron a lo largo y
ancho del país merecían un mejor país que este que estamos padeciendo desde el regreso del
uribismo. Pero Petro va a volver, de eso no nos cabe duda a quienes lo
conocemos y lo estaremos esperando. Porque si hay alguien que pueda derrotar a
las maquinarias del clientelismo y a las mafias de la corrupción con total
independencia es él. No digo que nadie más pueda hacerlo, pero sí digo que
nadie más podrá hacerlo sin aliarse con el establecimiento.
También viví a su lado momentos desagradables como uno reciente, cuando a
raíz de una información de inteligencia, de esas que el gobierno le pasa a los
pasquines uribistas, la gente empezó a preguntar #DondeEstáPetro con una
andanada de suposiciones odiosas. Ese día le pregunté si salíamos a contar lo
de su enfermedad o dejábamos morir el Hashtag. “Dejemos que se muera”, me
respondío con esa pasmosa tranquilidad de quien está acostumbrado a que le den
palo día y noche sin inmutarse porque su conciencia está tranquila.
Pero la peor experiencia que viví a su lado fue la de aquella noche cuando
Petro y Robledo tenían al Uribismo y a Nestor Humberto Martínez contra las
cuerdas, por los sobornos de Odebrecht, y de la nada una senadora uribista puso a rodar, en medio del debate en la plenaria, el famoso video en el que lo
vemos recibiendo 20 millones de pesos que le había enviado el reconocido arquitecto
Simón Vélez. Además lo pasaron sin audio porque sabían que mudo hacía más daño.
Y porque el audio, en el que se escucha decir que son 20 millones, que son un
aporte y en el que Petro se queja por la baja denominación de los billetes, lo
absolvía. Pasaron tres horas desde que rodaron el video y no le dieron el derecho
a réplica, todo un crimen contra el derecho a la defensa, el derecho a
responder agravios consagrado en la ley 5ª. Una "jugadita" más de la mesa
directiva.
Ese día, al verlo impotente ante la arremetida cobarde del uribismo, sentí
la necesidad de defender al Jefe y casi me voy a las manos con el senador Eduardo
Pulgar por haberle negado arbitrariamente la palabra. El uribismo logró
desviar el debate de Odebrecht pero la historia es implacable. En los anales
quedará que Uribe les firmó el contrato, que sus hijos se reunieron con Odebrect
en Panamá, que Andrés Felipe Arias recibía un sueldo de Odebrect y que su
viceministro de transportes recibió un soborno por 6.5 millones de dólares, exactamente,
a precios de hoy, 1.300 veces lo que Petro introdujo en aquella bolsa, que no
niego se ve desagradable, porque el entrampador, quien firmó el video con
segundas intenciones, se cuidó de entregarle esa pírrica suma en billetes de
dos y cinco mil pesos para que se vieran varios fajos. Recibir
donaciones no reviste delito alguno, y menos si vienen de personas reconocidas.
Lo constatará la Corte Suprema de Justicia que lleva el caso.
En Miami, cuando aceptó venir a mi casa con su esposa, en enero de 2018, nos
tomamos unas cervezas y me pidió que le pusiera una canción de Silvio Rodríguez.
Luego otra y luego otra. Tres canciones del cantautor cubano por cada cerveza.
Y cuando sonó una que se llama “Preludio a Girón” cantó en voz baja, porque es
muy tímido: “Nadie se va a morir, menos ahora que el canto de la patria es
nuestro canto”…
Lo conozco lo suficiente para saber que está tranquilo preparándose para
una nueva batalla, una más, más no la última, mientras recuerda las palabras de
Jaime Bateman, uno de sus referentes revolucionarios: “Somos mujeres y hombres
hechos para las dificultades”.
Gustavo Bolívar Moreno
10 de abril de 2020
10 de abril de 2020